martes, 15 de diciembre de 2009

La historia del tío Juancho (Parte 2)


Parte 2

Mi tío Juancho era un aparato de los que ya no hay. Le gustaba la diversión. Así que por los relatos de algún vecino chismoso, siempre había alguna chica que lo cuidaba, le cocinaba, le hacía las compras, le lavaría la ropa. El tenía unos pesos guardados en el banco y lo iba gastando según las necesidades, sus necesidades. Algunas necesidades me parecen exageradas. Según los relatos, él hacía regalos a las chicas que lo cuidaban, hacia asados. No gastaba su dinero con medida, sino que se daba los gustos en vida. Era soltero, tenía unos cuantos mangos guardados, mientras tenía su plata tenía amigos que lo visitaban seguido. Era un bacán.
Mi hermano Miguel, como ya dije, era el que se había hecho cargo del tío. Así que él le ponía un poco de medida a los gastos que generaba tío Juancho.
En esos últimos días de diciembre de 2005 o los primeros días de enero del 2006, mientras el tío estaba internado en el Hospital Felipe Heras, el tío le había pedido que vaya a su casa de Chacra 12 de Villa Adela y le traiga un dinero que había sobre la mesa de luz:

- Miguelito, porque no vas a casa y me traes la plata que está en la mesa de luz y de paso me traes un short y una camisa para cambiarme porque acá no tengo nada – le solicitó a mi hermano Miguel
- Bueno. ¿Vos, tenes la llave para abrir la puerta de tu casa?
- No. La tiene Bruno. Bruno vive ahí cerca. A la vuelta.
- Si lo conozco. Ya lo conozco… ¿Cuántos pesos te traigo?
- Y mira tiene que haber unos… tres mil doscientos pesos más o menos.
- ¿Cuánto?
- Tres mil doscientos pesos…
- ¿Tres mil doscientos? ¿Arriba de la meza de luz?
- Si. Si yo tengo la plata ahí. Tengo ahí la plata que necesito para gastar para mí. Lo otro está en el banco.

Según los relatos de Miguel, mi hermano, cuando entró en la casa, después de solicitarle la llave al vecino Bruno para entrar en la vivienda, en la mesa de luz sólo había unos setecientos pesos y monedas. Y mi hermano no era de mentir con esas cosas. La desconfianza recayó sobre el pobre Bruno. Bruno era quien lo atendía, lo llevaba al médico, lo llevaba al curandero en remisse. El tío Juancho generaba gastos y gastaba de lo lindo.
Llegando a la última semana de enero le dieron el alta en el Hospital Masvernat.
Voy a repasar los días que pasó en cada lugar internado: el 26 de diciembre lo internan en el Hospital Heras, después por una zonda que le colocaron y le lastimaron el pene lo trasladaron al Masvernat y allí pasó hasta casi fines de enero. En estos días se produce el alta médica. O sea había que llevarlo a casa de mamá. O a algún lado. Ya no podía volver a su casa de Chacra 12 de Villa Adela porque había que atenderlo. Y teníamos que atenderlo nosotros, los familiares. Ya los amigos que tenía se habían borrado todos. Era lógico, el viejo Juancho ya no tenía plata para agasajos ni regalos. Si ustedes creen que algunos de los que lo vivieron se molestó en visitarlo mientras estuvo internado, es verdad. Nadie fue de visita. Nadie.
Mi hermano Miguel, como ya había poca plata, me dijo y también a mi mamá María, que quería hacer una reunión familiar para ver como íbamos a hacer para recaudar dinero para la atención del tío Juancho. Yo le pregunte si tenía idea de cuanto dinero le quedaba en el banco y, me respondió que no tenía ni idea. En casa de mamá no sabíamos cuanto tenía, Juancho nunca nos dijo, y tampoco te lo iba a decir tan fácilmente.
Continúo con el relato de lo que sucede tras el alta médica en el Masvernat.
Mi hermano Miguel, habló con su mujer y los dos estaban de acuerdo en llevarlo a su casa. A la casa de Miguel.

- ¿Cómo?
- Si lo vamos a llevar a casa, Mari mi mujer está de acuerdo.
- ¿Vos estas seguro?
- Si ya hablé con ella y me dijo que si. Respondió muy convencido Miguel.
- Ahá - pensé yo.

Yo conocía lo molesto que era el tío estando enfermo, y conocía lo pocas pulgas que era mi hermano. Y si tenemos en cuenta que mi hermano Miguel tenía mujer y esa mujer tenía tres hijos del matrimonio anterior la ecuación cerraba perfecto. Sólo había que esperar cuanto lo soportarían. Mamá tampoco se negó que lo llevara.

- Si vos estas de acuerdo y no tenes problemas, llévalo – dijo mamá.

Esto tiene que haber sucedido un lunes o un martes de fines de enero de 2006. Entonces. Entonces yo me marché a mi casa y traté de descansar un poco. El día sábado por la noche le envié un msj. a mi hermano:

- Hola. ¿Cómo está el tío?

Pregunté eso porque Miguel nunca me había llamado en esa semana, ni para informar como iba el enfermo, ni para pedir ayuda. Yo pensé que se estaba arreglando bien. Como el lo estaba cuidando tampoco fui a visitarlo. Miguel no me contestó el msj. Me llamó y estaba muy alterado:

- ¿Que como está el tío? Me esta volviendo loco pelotudo. Ya no doy más. Ni vos ni mamá me vienen a ayudar. Que creen que tengo tango aguante.
- Bueno. Mañana voy y resolvemos el problema. Quédate tranquilo – le dije.

El se ofreció solo para llevarlo a su casa. Nadie se lo había pedido. Eso que le estaba pasando era más que previsible. Mi hermano Miguel estaba con los ojos desorbitados. Alterado. Enojado. Sacado.
Mi tía Carmen no lo podía cuidar, mi mamá no quería que vuelva a casa y mi hermano estaba casi infartado, así que me tenía que hacer cargo del tío Juancho. ¿Y como? ¿Cómo tenía que proceder a partir de ahora yo?
Fui a casa de mamá, le pregunté cuanto dinero le quedaba al tío. Nadie sabía realmente nada. Solo habían quedado unos mil pesos de lo que el mismo iba retirando del banco donde lo tenía depositado.
La solución era buscar una casa para que lo cuidaran, pero utilizar el mismo dinero del tío Juancho. Yo estaba convencido que no había que hacer ninguna reunión familiar para juntar dinero entre los familiares, si todos estábamos medio secos. Logré reunir alguna información: tenía una jubilación de unos cuatrocientos cincuenta pesos, mi hermano tenía unos mil pesos que eran del tío y en el banco quedaban unos dos mil pesos. Entonces comencé a averiguar con mamá donde había una casa donde llevarlo y que lo cuiden. Después de escuchar varias posibilidades fui a hablar con Neria Sánchez que vivía cerca de la casa de mamá, a unas cuatro o cinco cuadras. Era cerca de la casa de mamá. Muy cerca. Y allí fue a parar Juancho.
Yo había arreglado pagar cuatrocientos pesos por mes. La señora Neria Sánchez nos cobraba trescientos cincuenta pesos, pero yo lo hable al tío y le pedí permiso para pagarle cincuenta pesos más al mes porque le iba a dar trabajo atenderlo y era de mal carácter cuando estaba de mal humor y además tenía que llamarme cada vez que le se descompusiera o estuviera muy alterado. Y el resto del dinero ahora lo manejaba yo, lo tenía en la casa de mamá pero yo decidía en que se gastaba. Además yo creía que había que hacerle los gustos al tío. En definitiva el dinero era de él y él podía gastar en lo que el quiera, pensaba yo.

- Si no me doy los gustos en vida, cuando me los va a dar – decía cada vez que yo le recriminaba que gastaba mucho dinero. Y en definitiva yo lo acompañaba con el pensamiento. Para mí tenía razón

Como uno no tiene ni idea de cuanto va a vivir una persona enferma de Parkinson, a veces pensaba que iba a hacer si se terminaba la plata. Yo siempre creí que el se iba a morir cuando se le termine su dinero. Me parece que el no soportaría depender de alguien. Le gustaba decir lo que había que hacer prepotentemente. Sin dinero no lo iba a poder hacer. Es lógico.
A pesar de las criticas familiares de que no le gaste tanto dinero, yo lo llevaba en remisse adonde el quisiera.

Cuando lo tuve a mi cargo en la atención a fines de enero, decidí ponerlo en una casa particular para que lo atendieran y esto lo hice así porque yo en 2006 estaba cursando Tercer año del Profesorado de EGB 3 y Polimodal en Ciencias Políticas. Tuve que tomar los papeles de él y como su pensión era nacional, la obra social que le correspondía era PAMI. Entonces tuve que comenzar a averiguar como funcionaba esa obra social. La consulté a mi mamá y no tenía ni idea. Le pregunté a mi tía Carmen y tampoco tenía ni idea. Ella sólo masculló algunas frases desarticuladas pero no alcanzaron para orientarme en nada.
Así que comencé a pensar y yo conocía un centro de jubilados cerca de mi casa en Villa Adela. Allí vivía una señora que se encargaba de la atención a jubilados, médicos, bolsas de alimentos, excursiones para jubilados. Me dirigí a ese lugar y a la mujer que atendía le dije que estaba pasando con el tío Juancho y que estaba allí porque quería saber como funcionaba PAMI.
La Sra. me informó todo sobre la obra social tal como la consulté. Así que ahora sabía que hacer con el Tío.


La historia de mi tío transcurría con pena y gloria. Había días que no me llamaba Neria. Había días que yo no iba a verlo porque yo estaba estudiando. Algunos de esos días me llamaba Neria para comentarme algo. Había días que estaba nervioso. Otros en que tenía que salir corriendo para llevarlo al Hospital. Otros días lo llevaba a cobrar. Otros, al médico. Otros al banco. Cuando algo le hacía falta, mi mamá se lo mandaba con un señor vecino de apellido Gracilazo, si necesitaba pañales, dinero, papel higiénico, agua mineral, yuyos hervidos, etc. para que yo no tenga que viajar desde Villa Adela porque por las tardes estudiaba para rendir examen en Julio.
El día que fuimos al banco para retira plata y para hacer la transferencia a mi nombre de la cuenta que él tenía en el entonces Banco Río, me enteré cuanto le quedaba de dinero. El empleado que nos atendió hizo todos los papeles y mi tío esperaba en un remisse en la vereda del banco para firmar el cambio de titular de su cuenta. El empleado dijo que como le quedaba muy poco dinero, debíamos cerrar la cuenta y que los mil cuatrocientos pesos restantes debían pasar al una cuenta corriente para retirarlo por cajero. Estuve de acuerdo y sólo quedó la cuenta corriente con mil cuatrocientos pesos, más los mil pesos que retirábamos ese día.

- Le queda muy poquito. Si venía a retirar seguido - comentó el empleado del banco sin decir cuanto había llegado a tener. Yo tampoco le pregunté y pensé que estaría detallado en los papeles que nos entregarían una vez firmados por el tío.

Gastábamos su dinero de unas formas insólitas, pero por decisión de él.
Un día tuve que salir volando de mi casa en Villa Adela porque estaba descompuesto. Lo llevé al médico y yo lo transportaba en un remise. Para trasladarlo fuera del auto usaba una silla de ruedas. A esa silla la subía por escaleras, por verdeas. Por terrenos inclinados. Era casi una actuación circense mi manejo de la silla. Cada vez que la rueda encontraba un bache o una baldosa floja el tío decía casi siempre lo mismo:

- ¡Epa, mierda! – y otras veces decía,
- Cuidado, no estas llevando un animal, che.
- Disculpa tío. No lo vi. – le contestaba y continuaba al mando de la silla.

Mis músculos habían tomado forma al cabo de dos o tres meses por tantas veces que tuve que moverlo en esa silla, además de subirlo y bajarlo del remise. El tío tenía una pierna un poco rígida por el accidente en moto que había tenido hacia unos meses atrás. Así que cada vez que había que subirlo al auto, tenía que meterme al auto por el lado del asiento del chofer y tomarlo por las axilas y arrastrarlo hasta que su pierna rígida entrara por la puerta. El poco ayudaba. A veces hacía fuerza. Otras veces era muy pesado. Otras veces se agarraba con sus manos del asiento y era imposible moverlo un centímetro. Lo único que hacía era rezongar todo el tiempo. Destratar. Todo lo que yo hacía, lo hacia con buena voluntad.
A veces todas estas situaciones me complicaban en mis estudios. Pero bueno. Ya estaba metido en el berenjenal. No podía echarme atrás. La vida continua, pensaba yo.

Otras de la varias veces que me llamaron porque el tío Juancho estaba molesto, era porque quería que lo lleven al curandero. La mujer que lo cuidaba le aconsejaba que no crea en esas cosas, que le sacaban la plata. Y yo creía que si el tío creía que lo iban a curar yo lo tenía que llevar. Para mi todo depende de la fe que uno tiene. Entonces lo llevaba. Tenía el mismo trabajo si lo llevaba al banco a cobrar su jubilación, que si lo llevaba al Hospital, que si lo llevaba al consultorio del médico, que si lo llevaba al PAMI, que si lo llevaba a visitar a sus amigos al campo, que si le tenía que llevar al curandero.
El circuito era este: Silla de ruedas, cargar al tío en la silla, movilizarla desde el fondo de la casa la silla esquivando muebles y doblando cinco curvas y tratando de no enganchar sus piernas hasta la vereda de la casa. Acercarlo hasta el remisse, que por lo general quedaba en una pendiente y si se me resbalaba la silla el tío iba a parar al fondo de la zanja que corría al frente de la casa y tenía como metro y medio de profundidad. Un día deje la silla en es pendiente y me pareció que no se iba deslizar. Cuando me di vuelta el tío gritó “Guarda”. Tiré un manotazo a la silla y no se cayó porque el pie del tío se dobló sobre el césped y quedó frenaba la silla.

- Dios lo ayudó – pensé – porque si se llegaba a caer en esa zanja habría que sacarlo, entrarlo a la casa, bañarlo y cambiarlo. Por esa zanja corre agua fea, son desechos cloacales, agua en mal estado, agua podrida – Uy de la que nos salvamos – le dije a Neria.

La continuación del circuito era: subirlo al remise en un plano inclinado, levantarlo de la silla, sentarlo en el asiento del auto, acomodarlo. Comenzábamos el viaje, él muy contento.

- ¿Adonde vamos tío?
- No se adonde vamos. Al curandero te dije.
- AhH!! Es cierto.
- Llévame al curandero de calle Sarmiento.
- Bueno. ¿Vos sabes llegar? Porque yo no los conozco. No sé donde viven. Nunca voy a esos lugares.
- Yo se. Yo se.

Una vez que llegábamos al lugar por él indicado, había que acomodarlo en el asiento del auto para poder bajarlo. Una vez logrado esto había que levantarlo y sacarlo del auto y sentarlo en la silla de ruedas. Si él auto había parado en la vereda del lado del asiento donde viajaba sentando el tío, había que acomodar el auto, retirarlo de la vereda para realizar el proceso de sentarlo en la silla. Subirlo a la vereda de enfrente, que por lo general son unos veinte centímetros de alto o más. Volver a subir uno o dos escalones para entrar en la oficina del curandero. Por último ubicarlo para esperar. Siempre lo colocaba en un lugar visible para que el mano santa lo viera sentado en una silla de ruedas y lo atendiera rápido. Esto siempre dio buen resultado. Una vez atendido, yo tenía que hacer todo el proceso de reversa para subirlo al auto. Matador. El chofer solo miraba y amagaba como para ayudarme pero cuando reaccionaba yo ya había actuado de forma diferente. El chofer siempre se quedaba con el amague. Sólo cerraba el baúl del auto cuando yo cerraba la silla y la colocaba allí. Desde este lugar teníamos que dirigirnos a laguna farmacia para comprar lo que le había “recetado” el “médico”. Le tenía mucha fe al “medico”. El tío decía que era muy bueno el curandero y que siempre le acertaba en todo y si eso era verdad porque estaba cada vez peor pensaba yo sin murmurar nada.
De esta manera podíamos recorrer otro curandero, bajo el mismo proceso, y también un tercero. Este último fuera de la ciudad. En Benito Legerén entrando por Yei Porá. Acá la entrada a la casa era más vertiginosa. La vereda tenía mucha piedra suelta y la entrada a la casa era muy inclinada. El asunto era cuando tenía que volver al auto para sentarlo. Yo ya venía un poco cansado de andar con esa silla. Pero me arriesgaba.

También papá estaba un poco complicado con su salud. En junio lo llevé en la ambulancia de la mutual IOSPER a Crespo para hacer un chequeo médico y para ver porque estaba tan decaído. Nos fuimos muy temprano, papá viajó sentado, por la ruta que se dirige a Paraná. Llegamos a Crespo a las 8 u 9 de la mañana y enseguida lo atendió el médico Neurólogo y dio una buena explicación de su estado de salud. Que el Parkinson es progresivo, que tiene buenos reflejos, que esta bien medicado, y que era lógico que estuviera así. Fue un viaje casi inútil, porque no le pidieron ningún estudio, ni análisis. Nos volvimos casi como fuimos. Sin novedad. Su salud estaba un poco deteriorada. De regreso papá había cambiado el ánimo y viajaba más contento. La enfermedad era así, un rato estaba casi dormitándose y al rato estaba más alegre. Mi hermano trabajaba ese día y mamá quería que lo traslade a Crespo porque ella lo veía mal, por eso viaje yo. Ahora teníamos que acostumbrarnos a que el Mal de Parkinson seguiría avanzando. Además teníamos la experiencia de que el Papa Juan Pablo Segundo padeció esa enfermedad y no pudieron hacer nada para salvarlo. Al menos eso se hizo creer al mundo tras su larga agonía y muerte.
Papá tenía esa enfermedad y nunca se supo bien como se la consiguió. Una primera visita al médico en Villa Libertador General San Martín o Sanatorio de Puigari, el profesional médico le dijo que era como consecuencia de haber comido tanto y tomado tanta bebida alcohólica en su vida. Al tiempo otro médico le dijo que podía ser que se haya intoxicado con hervicidas y plaguicidas que manejaba en una quinta donde trabajaba mi padre. Él no era muy cuidadoso con la higiene de las manos, podía estar acertado el diagnostico. Papá nunca fue telégrafo, fue músico. Eso sí, músico y con historias.

Durante el mes de julio de 2006 todo transcurría con calma en la casa de los Liand de calle Carlos Moulins. Julio había sido frío. Fue un invierno crudo. Papá con sus altibajos, mamá en la lucha diaria cuidando a mi padre y atendiendo su despensa, mi hermano Miguel que no asomaba mucho ni la nariz. Yo estudiando y rindiendo aunque ya venía con un poco de estrés. Parecía que todo iba a continuar así: tranquilo, en paz. Pero no. No, no, no. El 2 de agosto, Neria me llama como a las 9 de la mañana para decirme que:

- Tu tío falleció Mario.
- ¿Qué?
- Si. Tu tío falleció.
- ¿Anoche?
- No. Hace un ratito. Si yo recién vine a verlo y estaba calentito todavía.
- Bueno. Ya voy para allá.
- Bueno ¿Te espero porque hay que avisar a la policía, al médico.
- Ah bueno…
- Para que le hagan la defunción. Sino como le van a hacer la defunción.
- Bueno. No se haga problemas. Ya voy para allá. Chau.

Neria era la señora que lo cuidaba en su casa. Ella ya había pasado lo mismo con su esposo hacia unos dos meses que también tenía Parkinson. Así que me orientaría en el manejo de papelería que debía realizar a partir de ese momento. Era la primera vez que me tocaba hacer trámites para un familiar fallecido. No tenía ni idea. Pero tenía que hacer todo para que todo este listo en un rato y poder velarlo para todos los familiares y los que lo conocían. Que situación! Que momento! Planché mi ropa, me bañé muy rápido y llamé un remisse y me dirigí a la casa donde el tío había fallecido. En el trayecto mientras viajaba en remisse llamé a mi mamá para avisarle lo que había sucedido con su hermano y le pedí que ella lo llame a mi hermano Miguel. Llegué al domicilio a las 9 y cuarto más o menos.
Cuando llegué Neria me explicó los pormenores de lo que había pasado. Había avisado a la policía y esta no había llegado aún.
Tenían que hacerle un acta de defunción, sino no había velorio. Esperé un rato a que llegara la policía. Fueron muchos los minutos y fui yo mismo hasta ala seccional de policía. Allí me explicaron que no podían ir porque tenía que ir el médico de cabecera a dictaminar la defunción. Llamé al Comando Radioeléctrico de la policía Departamental Concordia y me explicaron que si el tenía PAMI, él tenía un médico de cabecera y que era el único que podía librar la defunción. Muchas Gracias. Llamé al médico al teléfono que figura en la tarjeta que le habían entregado en PAMI al tío. El médico era Juan Stempels y me informó que estaba de viaje, que estaba fuera de la ciudad, que yo tenía que llamar al médico policial. Muchas Gracias Dr. De nuevo me comuniqué por celular al Comando y le expliqué que él médico no estaba en la ciudad que no podía verlo. Que alguien tenía que venir a confeccionar el acta de defunción o Acta de Constatación de Fallecimiento. Muchas Gracias agente.
A todo esto las horas habían pasado. Ya estábamos cerca de las 14 horas cuando apareció el médico policial y recién pude llamar a la casa de velatorios. La elegida era la Compañía Argentina de Sepelios. Con el Acta de Constatación de muerte y otros papeles y documentos de mi tío me presenté en la casa de velatorios. Todo bien. Hasta que llegó el momento de elegir el cajón. Me hicieron entrar a una sala bastante oscura llena de féretros parados, recostados sobre la pared. Me entró un frío como nunca había sentido antes. Era un frío del alma, un frío de los huesos. Claro, los de la casa de negocios con de muertos, están tan habituados a ver todo eso, a entrar y salir sin hasta para desayunar tal vez. Pero no era mi caso. Era la primera vez que entraba a elegir un féretro. El empleado me indicó que yo avanzara un poco más. Pero ni bien me indicó los primeros precios, comenzando por el más barato, me decidí por el tercero a la Derecha en la Pared.

- ¿Cuánto?
- Mil doscientos.
- Bueno. – y salí sin titubear.

Una vez que estuvimos en la oficina donde llenaron algunos papeles llamé a mamá para preguntarle si Mil doscientos estaba bien.
Me dijo que sí.
Con el velorio arrancamos como a las 18 horas. Mi hermano Miguel con su señora al rato se fueron. A las 21 apareció un amigo de mi tío. No se si era amigo, era por lo menos conocido de muchos años. De apellido Tribulati y era de Villa Adela. Como a las 21 y 45 apareció la camarera y se puso a discutir sobre política. Lo interrumpió al Sr. Tribulati y este se sintió un poco molesto, me pareció, y se fue muy rápido. A las 22 y algo volvió mi hermano Miguel con su mujer y la camarera nos sirvió sándwiches y gaseosa. Y ella también comía.

- Este velorio es un fracaso - dije a mi hermano y su esposa.
- ¿No vino nadie?
- No. Solo uno. Era Tribulati que lo conoce de la época del fútbol. Es el dueño del Vivero Sarmiento.
- ¿Y nadie más vino?
- No. No se si vendrán más tarde.
- Hay mucha gente que cierra de noche y vuelve al otro día – informó la camarera.
- ¿Ah sí?
- Bueno. Si no viene nadie para las 12 de la noche cerramos y nos vamos. Total yo puedo venir a las 6 de la mañana – le comenté a mi hermano Miguel.
- Y sí. Que vamos a hacer toda la noche aquí solos – opinó Miguel.
- Y yo ni loco me quedo solo con un muerto toda la noche.
- ¿Y que te va a hacer?
- Nada. Pero el cajón se quedará sólo y yo bien lejos del muerto. ¿Cerca? Ni empedo – exclamé con decisión.


Eso hicimos. Pasadas las 12 de la noche nos fuimos. Y yo quedé de volver entre las cinco y seis de la mañana para tener abierto el lugar. Creo que a las 11 de la mañana era la hora para trasladarlo hasta el cementerio y llevar a cabo las Exequias.
Llegué al velatorio a las seis menos cuarto y no había nadie. Mi hermano Miguel con su esposa apareció al rato, cerca de las siete. Seguíamos solos. ¿Seríamos solamente tres en el entierro? ¿Vendrá alguien más? Sacando cuentas, algunos más seríamos. La tía Carmen, Mamá, Papá y algún vecino de la tía y de papá ¿Quiénes mas? Pensaba yo que durante su vida, mi tío Juancho, había estado en un montón de hechos sociales que lo relacionaban con un montón de personas. El había dirigido los destinos del Club San Lorenzo de Estación Yuquerí, era músico, jugaba al truco en los almacenes y bodegones, trabajaba en la cosecha de cítricos, etc.
Como a las 9 y media arribó mamá y papá y algunas compañeras de mi trabajo. Alrededor de las 10 de la mañana se hizo presente la tía Carmen y se quedó conversando con mi padre. Mas tiempo de lo acostumbrado. Solían conversar poco, casi nada. Pero ese día mi tía estaba muy conversadora y me llamó la atención también que por mementos se inclinaba un poquito hacia mi padre. Me acerqué para ver que conversaban y encontrar una explicación a la larga charla. Algo pasa, pensé. Cuando llego escucho el intercambio de expresiones de ambos y no era una charla significativa. ¿Y entonces? Me dije ¿Qué pasa? Comencé a observar a la tía y nada. Continué observando a mi padre desde la cabeza hacia abajo y ahí me di cuenta. Mi papá tenía la bragueta abierta. Se había olvidado de cerrar el cierre del pantalón. Ahora entiendo todo, me dije. La tía quiere averiguar el tamaño del pene que se comía la hermana. Ja ja.
Con mi tía había llegado al lugar, con una vecina. Y también algún vecino de mis padres. Además, llamé por celular al cura párroco de la Gruta de Lourdes y vino al lugar para darle el último responso.
Cerca de las 11 partimos con el cortejo hacia el cementerio.

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