martes, 15 de diciembre de 2009

La historia del tío Juancho (Parte 1)


Parte 1
(No Encuentro fotos del tío. En la foto, yo.)

Corría enero de 2006. Era un caluroso verano. En la familia estábamos preocupados por la salud de tío Juancho. Juancho había sido internado el 26 de diciembre de 2005 (el año anterior) en el hospital público Felipe Heras de Concordia. El tío Juancho era “soltero” o mejor dicho “vivía solo”. El epíteto de “soltero” o “solterón” tiene la carga de una condena social casi imperdonable.
Siempre hago esta diferencia entre “soltero” y “vivir solo”, porque también yo vivo solo. “Soltero” se refiere, socialmente, a aquella persona que decide vivir la vida solo, sin una compañía, que decide no compartir sus vivencias con otra persona, sea esta, o bien esposa, o bien concubina, o bien compañero de habitación, o “peor es nada”. La actitud del soltero es estar aislado de los amigos, de los familiares, o bien se visitan muy poco. El soltero siempre esta gruñón, rezongón, es consejero, quiere que sus consejos sean escuchados, cree que desde su solitarismo puede ayudar a los demás, pretende que los demás sigan sus consejos, se enoja por cualquier cosa. La Soledad forma parte del “soltero” o “solterón” y esto no significa que no tenga sentido su vida o que no sea llenada por otras cosas diferentes a tener compañía e hijos. El “soltero” vive como negado a tener una vida sexual activa, porque “esas cosas” son condenables y repudiables.
El que “vive solo” en cambio, es el que vive solo pero esta muy conectado con su ámbito laboral, estudiantil, familiar, amigos, clientes, etc. El que “vive solo” siempre tiene una agenda bastante completa y esta siempre lleno de actividades y eventos. El que “vive solo” no vive negado a tener una vida sexual activa. Su vida sexual es activa.
Aclarada la diferencia que significa para mí, entre “soltero” y el que “vive solo”, tío Juancho no era soltero. Él vivía solo. Y tenía una agenda bastante agitada socialmente y de… la otra.
Tío Juancho tenía dos hermanas vivas. Una más viva que la otra. Carmen María (la más anciana) y María (mi madre). Y además tenía dos hermanos pero fallecidos anteriormente.
Según el relato del mismo tío Juancho, el día 24 de diciembre de 2005 había concurrido a una cena navideña realizada en la casa de una familia amiga que estaba radicada en Estación Yuquerí. Según lo que él me contaba, sólo recordaba que esa noche ceno:
- ¿Qué cenaste tío?
- Asado.
- ¿y seguro que te tomaste algo…
- No. Si no puedo tomar nada. Estoy con pastillas. Si hubiera estado bien me hubiera tomado todo. Eso era otra época. – terminó por aclararme el tío.

Tío Juancho tenía Mal de Parkinson y se le había declarado hacía unos años. Cada vez que concurríamos al médico me enteraba lo que tenía y los medicamentos que tomaba. Yo había pasado años sin saber que le pasaba al tío, a pesar de que él vivió en la casa de mi mamá unos dos años, después que yo decidiera abandonar la casa de mis padres y me fuera a vivir solo en 2001. En 2002 tío Juancho había tenido un accidente en su moto en las calles de la ciudad de Concordia y su recuperación fue un tiempo en la casa de mamá (su hermana).
Por más veces que le había preguntado, tío Juancho no recuerda que fue lo que pasó después de la cena. Según el vecino que lo atendía diariamente, el día lunes 26 de diciembre fue a visitarlo para ver si necesitaba algo y lo encontró tirado en el piso de su casa que había comprado en el lugar llamado Chacra 12 de Villa Adela. Este vecino llamó al servicio de ambulancia y lo internó en el Hospital Felipe Heras y 5 días después recién aviso a mi madre de lo que había sucedido. Desde entonces se desarrolló una historia con muchas anécdotas e historias cruzadas. En ese momento, creo que, comenzó el camino al perdón.
Tuvimos que organizarnos familiarmente para cuidar al tío que estaba internado. Mi mamá había manifestado

- ¿cuidarlo de noche? ¡No! ¡Yo tengo que atender mis cosas, mi almacén y mi marido que está enfermo también! Además no puedo caminar mucho, mi rodilla me duele mucho. Puedo ir a verlo y a llevarle lo que necesite a la tarde. Pero cuidarlo de noche, no. Pagamos a alguien que lo cuide. Si el tiene su plata.

Mamá vivía con mi padre, Oscar Armando Liand en calle Moulins 1231 de la ciudad de Concordia desde hacía 32 años. Allí habían abierto un almacén o despensa y carnicería unos meses después que nos mudamos a esa casa de calle Moulins. Papá también tenía Mal de parkinson desde hace unos diez años y por esta época si bien caminaba algo ya estaba entregado a la suerte de su destino. Estaba muy delgado, todavía podía comer solo. Mamá lo bañaba, lo cambiaba, lo llevaba a cobrar su pensión por invalidez. Se justificaba plenamente su negativa a cuidar a su hermano Juancho. Con semejante carga, era muy justificable. Mamá ya tenía unos setenta años de edad.
Mi hermano y yo no teníamos mayormente problemas para hacernos cargo del tío y cuidarlo. Pero faltaba consultar a tía Carmen.

- Hola tía. ¿Cómo estás?
- Más o menos nomás.
- ¿Qué te pasa?
- Y yo siempre con mis problemas. Mi diabetes. No puedo comer nada con azúcar. – tres días después la veo desde la casa donde yo vivo, tirarle a mi perrito “Señor Nielsen” que le ladraba, con una cáscara de banana de unos 35 cm.
- Bueno tía. Vas a tener que cuidarte. Pero yo vine a avisarte que el tío Juancho está internado en el Hospital hace una semana y hay que cuidarlo – le explique en un tono familiar.
- Ah. Pobre. Le tocó a él ahora. ¿y tu papá Oscar como está?
- El está bien. Sigue con su problema. Pero todavía puede andar.
- Pobre. Cuando la vejez llega no viene sola. Una vive enferma. Yo ya no puedo comer casi nada. Si todo me hace mal. Aparte que voy a ir a cuidarlo si no puedo ni caminar. Con mi artrosis y los dolores de rodilla, si apenas puedo andar. Háganse cargo ustedes con Miguelito que son jóvenes. Nosotros ya estamos viejos.
- Bueno tía si no podes cuidarlo, alguien se tiene que hacer cargo del tío.-
- Y yo no puedo, si apenas tengo para comer. Yo con mi jubilacioncita no puedo. No puedo. Si no alcanza para nada. Tengo que ir al médico y no puedo porque no tengo plata. Plata para andar gastando en colectivo, no tengo. Pago la boleta del agua, que me hacen descuento para jubilados y como se paga por litro de agua usada pago poco, pero tengo que pagar. Pago la boleta de la luz que me hacen descuento por consumo mínimo y también me hacen descuento por ser jubilada. Jubilada no. Pensionada soy yo. Es la pensión que me dieron por ser costurera tantos años. Así que Juancho esta internado?
- Si. Eso te vine avisar.
- Y en que hospital está? En el Heras?
- Si. Está en el Felipe Heras. Le corresponde internarse ahí porque el tiene PAMI porque su jubilación es nacional y cuando se afilió él no eligió un centro asistencial privado sino que eligió que lo atiendan en el Hospital Heras.
- Y yo no se si me corresponde ir al Hospital. No me acuerdo. Mi médico es Martínez Gil.
- Bueno, el médico del tío en Juan Stempels. Pero siempre que le pase algo hay que internarlo en el Hospital Felipe Heras. No entiendo demasiado como funciona PAMI todavía, con el correr de los días voy a ir aprendiendo - le indique a manera de información.

La tía Carmen era bicha. Era soltera. Ella tenía sus problemas de salud. No le íbamos a pedir que lo cuidara al tío Juancho por las noches, pero podría visitarlo por las tardes. Para aliviarnos el trabajo a mi hermano Miguel y a mí. Ella podría haber tomado otra actitud frente a la situación de su hermano. Era lógica su reacción despreocupada, porque los dos pasaron años sin hablarse como consecuencia de peleas familiares. Tía Carmen tenía unos 76 años de edad.
Mi hermano Miguel era quien había tomado las riendas del asunto. El solo decidió esto. Además siempre que al tío Juancho le había pasado algo, él se movía en la camioneta de papá. El tío Juancho vivía antes en un campo de unas siete hectáreas en la zona de Frigorífico La Paz. Mi hermano Miguel lo mudó a casa de mamá cuando tuvo el accidente en la moto, lo mudó cuando intentaron asaltarlo en una oscura noche en su campo. Poco tiempo después vendió su campo y con su plata fue a parar a casa de mamá. Además a ese dinero se le había incrementado su dinero con el importe de lo que recaudo cuando vendió la moto y una suma de dinero que le pagó el seguro por el accidente una vez que se rehabilitó.

Si mal no recuerdo fue el 30 de diciembre de 2005 que el vecino que lo atendía, avisó a mamá que el tío Juancho estaba internado. Mamá negada, la tía Carmen con sus problemas de salud no pudimos hacer que se hagan cargo de su hermano. Para eso estaban los sobrinos. Los sobrinos estaban cuando las papas quemaban. Con mi hermano Miguel Nos turnábamos para ir a verlo y cuidarlo. Por las noches quedaba sólo porque la enfermera del piso nos informó:

- De noche puede quedar solo. Si no está tan mal. Si algo necesita, para eso está la enfermera de la noche. Eso sí, déjenle todo lo que él necesita: agua mineral, un yogurt, un repasador, su ropa. Si algo pasa lo llamamos y le avisamos que vengan. No pueden dejar ni dinero ni elementos de valor: joyas, reloj, anillos… - insistió la enfermera.
- Bueno. Si puede quedar solo. Quedará solo. Total alguno de los dos sobrinos podemos venir temprano.

Solo pesaba que la noche siguiente era 31 de diciembre y llegaba el Año Nuevo.

- Si hay que estar con él, vamos a estar con él. – comenté delante de mi hermano Miguel.
- Y sí. Si vos no podes quedar mañana a la noche, me quedo yo – se ofreció Miguel.
- No te hagas problemas - Le dije - Yo me quedo hasta las 23 y 30 y después me voy a casa a comer con mamá y papá. Vos quédate en tu casa con tu mujer y los hijos de tu mujer. El Primero de enero vengo temprano y a media mañana o al mediodía te quedas vos hasta la tardecita.
- Bueno.

Durante los primeros días de enero nos enteramos por medio de la enfermera del piso, que el tío fue internado el 26 de diciembre en el Hospital Delicia Concepción Masvernat y después fue trasladado hacia el Hospital Felipe Heras para su recuperación. La enfermera hablaba en un tono amenazante de “abandono de persona” porque había sido encontrado en el piso de su casa y ningún familiar le prestó auxilio en ese momento. Entonces le explique que había algunos conflictos familiares y como nadie nos avisó de lo sucedido nadie acudió a auxiliarlo. No sé si comprendió. Creo que cualquier explicación de este tipo ante una situación como esta el personal de una centro hospitalario no creen demasiado lo que se les explica. Tienen una vida llena de prejuicios, respecto de lo que los demás hacen. Sinceramente no me importaba si creía mi explicación o no, sólo quería decírsela. No todos podemos vivir de la mima manera.
Lo que si teníamos en claro era que tío Juancho pasó viviendo en casa de mamá unos dos años, hasta que un día mi mamá (su hermana) se hartó de sus malos tratos y de su abuso de agresión verbal. Mi madre también tenía sus años encima. Siempre que hubo que estar con el, estuvimos. Estuvo mamá, mi hermano Miguel, mi padre y algunos vecinos que de vez en cuando lo atendían.

Solo logramos que la tía Carmen una sola vez vaya a visitarlo a su hermano Juancho al hospital y fue en horario de visitas. Hubo lágrimas, pedidos de disculpas. Fue como un reencuentro, una despedida frente a la enfermedad, a la posibilidad de la muerte seguramente. Ellos en su vejez sentirán, tal vez, que es tiempo de abandonar este mundo, que el tiempo de cada uno concluye de alguna manera, ya sea por accidente, ya sea por enfermedad, o simplemente porque Dios los llama. La tía no volvió nunca más a visitarlo.

Los días de enero de 2006 fueron terribles, aunque no se si fueron los perores del año. Un día cuando fuimos a cuidarlo nos encontramos con la noticia que la enfermera le había colocado una zonda en el pene para que la orina cayera directamente al recolector. Le había sangrado. Y el tío me contó:

- Esa enfermera fue un animal. Parece que no sabe tratar con personas. Me metió mal la zonda y me hizo sangrar.
- ¿y porqué te puso la zonda? ¿Por qué vos se la pediste?
- No, yo no le pedí nada, me la pusieron porque son haraganas y de noche no quieren venir a alcanzarme el pato.
- O sea que vos no le pediste nada.

Luego de esta charla me dirigí a la enfermera a pedirle explicación por lo de la zonda y me informó que por razones de comodidad le habían colocado la zonda porque de noche queda una sola enfermera o enfermero y no da abasto para cubrir todos los pacientes del piso del hospital.
Uno de esos días que tenía que concurrir a las 19 horas a cuidar unas horas al Tío, cuando llego al piso donde estaba internado, me encuentro con la cama vacía. Era viernes. Y no encontraba ninguna enfermera. Caminé los pasillos y los desanduve y los volví a caminar y no encontraba a nadie. Hasta que el chirrido de una puerta me alertó la presencia de algún personal que atendiera en el piso y acudí a ella para solicitarle información sobre el tío.

- Voy a ver al tío y no está en su cama. ¿Lo están curando?
- No. Lo trasladaron al Masvernat – explicó la enfermera – porque perdía mucha sangre por el pene. Se lo traslado para hacerle algunos estudios.
- Y porque no nos avisaron.
- No encontramos el teléfono.
- ¿en que sala estará allá?
- No sabemos, seguramente en la guardia. Pregunte en mesa de entradas – dijo la enfermera.

Ya eran como las 19 y 45 y una vez que baje los pisos por las escaleras y llegue al frente del Hospital Heras lo llamé por teléfono a mi hermano Miguel para informarle de lo que estaba pasando. Yo estaba un poco preocupado. Uno se ha enterado de casos de personas enfermas solas que se les puede extraer los órganos que tienen utilidad y se venden en el mercado negro. Todo era como muy sospechoso para mí. Hacía varios años había leído el libro condensado Libro Elegido de Coma, y que poco después se hizo la realización cinematográfica. Por supuesto la fui a ver.
Esos pasillos largos del hospital, la poca información que me dieron, los ruidos camillas, a puertas chirriantes, al tono de voz poco amigable de la enfermera. Todo me hacía maquinar una flor de película. Todo lo que tenía que hacer era ponerme a esperar el colectivo de la línea 7, para trasladarme hacia el Hospital Masvernat. Mientras esperaba hablaba por teléfono con mi hermano Miguel. Pensé que lo que le estaba diciendo lo preocuparía un poquito y se movilizaría rápido para que me ayude a saber que pasaba con el tío Juancho. Llegué al Hospital Masvernat en un remise porque el colectivo demoraba mucho. Traté de ubicar al tío preguntando por el en la Mesa de Entradas. Me informaron que estaba siendo atendido y que debían practicarle algunos estudios porque al parecer tenía algunos problemas con la próstata.

- No entiendo porque le pusieron esa zonda en el pene si el no tiene problemas para orinar.
- A veces las enfermeras le ponen la zonda para evitar tener que dejarlo toda la noche con el pañal orinado o hasta que se desocupen para cambiarlo – me explicaron.
- Tampoco nos informaron que iban a hacer eso. Nadie nos dijo nada. Cuando vengo para cuidarlo me encuentro que le habían puesto esa zonda.
- Bueno. Ahora está acá y se le van a hacer algunos análisis y estudios. Así que como a las 23 va a pasar a sala y va a quedar internado porque la ecografía solo se hace de mañana. Y después a lo mejor lo pasamos al Heras para que se recupere porque acá en el Masvernat no hay lugar.

Mi hermano Miguel, lejos de estar tan preocupado como yo creía, llegó tres horas después del llamado telefónico que le hice. Recién asomo su nariz a las 22 y 30 de la noche. Llegó con su actual concubina. Cuarenta minutos después nos llamó un médico flaco, alto, rubio que lo atendía. Nos indicó el piso y la habitación donde estaría alojado el tío Juancho y nos volvió a repetir lo que nos habían dicho en Mesa de entradas: que quedaría internado hasta el día lunes porque el ecógrafo sólo funcionaba de lunes a viernes y por la mañana. Ahora teníamos que organizarnos para cuidarlo por las noches. Debíamos pasar allí viernes, sábado y domingo a la noche. La recomendación era concluyente.

- Tienen que cuidarlo día y noche. No lo pueden dejar solo. Para eso están los familiares.
- Bueno, no se haga problemas que alguien va a venir. Mi hermano, o yo – le indiqué a la enfermera.

Yo trabajaba y en esos días estaba de vacaciones y mi hermano Miguel había solicitado unos días de permiso en su trabajo.

Durante los primeros días en el hospital que estuvo en el hospital Masvernat, durante el chequeo y el control de su próstata, los médicos que lo atendieron comenzaron a preguntarme que medicamentos tomaba. Yo no tenía ni idea. Sabía porque mi padre también tenía lo mismo, que la enfermedad era Mal de Parkinson y que para eso se toma un medicamento Madopar 250. Sabía que esa enfermedad era progresiva y que no se cura. El Papa Juan Pablo Segundo había fallecido hacía poco de lo mismo. Así que tuve que hablar con mi hermano Miguel y mamá para averiguar si sabían que medicamentos tomaba. Tenían poca información al respecto. Mi hermano se fue a su casa de Chacra 12 de Villa Adela, y encontró una caja con muchas cajas de medicamentos. A simple vista se notaba que se automedicaba como loco. Después de la escasa información que pudimos reunir en la familia decidí hablar con el mismo tío y preguntarle que tomaba y él me fue diciendo: eso es para tal cosa, eso es para esta otra. Incluían medicamentos para el Parkinson, presión alta, dolores “de huesos”, cremas para dolores musculares, gotas para el hígado, bolsitas con hierbas para distintas cosas y hasta había un cepillo para lustrar zapatos. A esta caja mi hermano Miguel la encontró arriba de la mesa de luz
Días después fui yo hasta la casa porque el tío necesitaba ropa y mi madre me pidió que fuera a buscarle algunas prendas y revisando la mesa de luz encontré dos revólveres, naipes, boletas de Direct TV, una crema íntima masculina y una cajita con tres condones. Tomé la caja con los tres preservativos y estaba muy lejos de estar vencidos. Al parecer el tío era pícaro. De hecho supimos por comentarios de los vecinos que siempre había chicas con él y que gastaba plata con estas chicas. Lo atenderían, le darían de comer, lo acompañarían, no creo que pudiera tener relaciones sexuales porque el ya tenía 72 años y además su enfermedad. Pensé picadamente que a lo mejor los inflaría y jugaba con las chicas que lo atendían. En ese momento pensé: Salvo que el tío tome Viagra. Y me dedique a buscar en ese cajón de la mesa de luz y otros cajones pero la búsqueda no abortó ninguna caja de esa pastilla. Así que volví a casa de mamá con bolsas con ropa y otra caja de medicamentos que encontré en una mesa.

Las noches cuando hay que cuidar un enfermo son largas, interminables, y el alba nunca llega. Las sillas son tan duras al principio y las paredes son roca donde apoyas la cabeza. El momento de dormitar llega y te vence. Cabezazo tras cabezazo va pasando la larga noche. Con un ojo dormís y con el otro espías al paciente. Con medio cerebro rezas alguna oración para que se reponga pronto y con el otro medio pensas porque me toca esto a mí. Con un ojo dormís y con el otro espías al paciente.
Las noches son movidas, alegres y cortas cuando vas a bailar o estas en algún cumpleaños o casamiento.
El recuerdo me lleva a traer esta imagen: una noche me senté una silla y la acomodé para que mi cabeza pudiera apoyarse bien sobre la pared para dormir un rato. Total pensé, el enfermo va a dormir, y me va dejar dormir, y mañana voy a estar más descasado, y me va a doler todo el cuerpo por dormir sentado y apoyado sobre la pared, y la noche será más corta. Corto fue el momento en que quise conciliar el sueño. Ya casi lo estaba logrando cuando entre dormido escuché que mi tío me llamaba con voz de malo, enojado, molesto, gruñón:

- Mario!

Entre dormido pensé que si no le prestaba atención a lo mejor se dormiría y se le pasaría el antojo. Pensé mal. Luego de unos instantes vuelvo a escuchar pero con voz más insistente:

- Mario!! Mario!!

Si continúo en mi tesitura de continuar con el propósito de dormir no me hablaba más y se dormía o se pondría más nervioso. Insistí en querer seguir durmiendo cuando por tercera vez me llama pero ya estaba un poco sacado:

- Mario!!! Mario!!!

Me levante de la silla con mucha calma y sin decir nada me paré al lado de su cama y le pregunté con mucha calma que quería:

- Estaba dormido tío, me despertaste, ¿que te pasa? ¿Que queres? ¿Queres que llame a la enfermera? ¿Queres agua?
- No, no quiero nada. Quiero sentarme y pararme al lado de la cama para ejercitarme, para moverme un poco.
- Tío son las dos y media de la mañana. Porque no dejas para mañana. Yo mañana te ayudo a caminar.

Lo tomé por los pies y lo gire para que pudiera colgar sus pies. Lo levanté y quedó sentado en la cama. Entonces se tomo de los hierros de arriba de la cama y comenzó a flexionar los brazos de una forma lenta. Luego me pidió que lo parara y fue entonces cuando quiso forcejearme porque quería irse solo. En ese momento lo tome con fuerza y logré tirarlo en la cama. Casi se me resbala y va a parar al piso. Pero lo pude asir con fuerza y detener. Lo tomé por las axilas para acomodarlo en la cama y me sacó de un empujón y se acomodó solo y le dije:

- Así no tío. Yo te doy confianza y me tomas el pelo. Mañana cuando venga Miguel vamos a hablar. Ahora lo voy a llamar para contarle lo que hiciste recién.
- No. no lo llames. Ahora me duermo.
- Mejor – llamé a la enfermera y le colocaron un calmante para dormir.

A veces era digno de lástima y a veces no. A veces rezaba por el, para que se recuperara y pudiera cumplir algún sueño si estaba en los designios de Dios. A veces hablaba con Dios dormitando en la silla y me preguntaba a mi mismo si vale la pena vivir con semejante carga, sobre todo cuando no tenes familiares directos (esposa, hijos). Otras veces pensaba si a esa carga la genera uno en la vida. A veces lo observaba mucho al tío y cuando no le prestabas atención, se movía sólo, se acomodaba sólo. Muchas veces pensé que se hacía el vivo y que se aprovechaba de la situación. En algunas ocasiones le hablaba del tema a mi hermano Miguel y él no creía que fuera así. Y yo insistía nuevamente y adornando mis historias con algunas anécdotas en las que yo lo observaba.

Mientras pasaba otra de las noches cuidando a mi tío, me divertí observando a un compañero de habitación que tenía. Para mí fue un show. Porque mientras escuchaba cosas que el tipo hablaba con algún familiar que lo visitaba, yo le enviaba mensajes a través del celular a una amiga que se llama Eva. Espero poder relatar todo lo que sucedió.
En un momento el paciente que compartía esa habitación con mi tío Juancho, metió la mano dentro de su calzoncillo y sacó el pene y lo miraba:

- Es grande esa bicha – pensé yo.

El tipo me contaba que le el día antes le salía sangre por ahí y que ahora ya no le salía. Sólo que cuando fue al baño volvió a orinar sangre y ensució el inodoro, la tapa del inodoro, el azulejo de la pared, el piso y el bidet.
Un rato antes estuvo un familiar y ahí me enteré que lo había golpeado la policía que lo dejaron medio muerto hasta que alguien lo internó.
Supuse que se trataría de un ladrón, un delincuente, uno de esos que cansa a la policía y de vez en cuando algún “milico” los golpea para que paren con la joda y la delincuencia.
A cada rato el tipo se miraba el aparato y se volvía a recostar. Yo le enviaba un mensaje a mi amiga Eva:

- Estoy cuidando a mi tío en le Masvernat toda la noche. En la cama de al lado hay un tipo que muestra la taranga a cada rato.
- Tené cuidado. Ponete lejos Ja, Ja. – me contestaba Eva.
- Es de dimensiones considerables. Es grande la bicha. Si la sigue mostrando me voy a tentar. Ja, Ja Jaaaaaa…… - decía mi nuevo mensaje.
- ¿Es algún conocido?
- No. No se quien es. Cuenta que la policía lo castigo. Debe ser un malandra.
- Tené cuidado no te va a robar.
- No. Sigue mostrando el aparato. Está enloquecido. Parece un trípode.
- Ja, Ja. Que pases bien. Chau.

Hacia unos tres o cuatro años había comenzado a leer un libro de Louise L. Hay que es conocido como “Usted puede sanar su vida”. En las librerías se puede encontrar algunos de sus libros en la sección Autoayuda. Entiendo que un libro de autoayuda es un libro que puede tener una serie de recomendaciones para mejorar la vida, para vivir mejor, encontrar algunas explicaciones sobre temas que no podemos descifrar solos. Teniendo en cuenta esto, Louise no brinda sólo una serie de recomendaciones para cambiar algunos aspectos de nuestras vidas, sino que se trata de aprender una nueva forma de vivir la vida. Para mi se trata de una nueva filosofía de vida que el sistema político, cultural y educativo nunca nos brindó. Se trata de vivir de una manera diferente cambiando pautas mentales negativas que adquirimos bajo ese mismo sistema político, cultural y educativo. Por lo menos entiendo que esto se da bajo el sistema político capitalista.
Al libro me lo recomendó una compañera de trabajo y decidí comprar el libro. Para eso busque un mensajero y el que me tomó el pedido me comentó:

- A ese libro yo lo leí. Es muy bueno. ¿De donde sacaste el nombre?
- Me lo recomendó una compañera de trabajo. Ella lo leyó y recién me estaba contando lo que dice la autora y me gusta la idea de leerlo. Me parece apasionante.
- A mi me hizo mucho bien. Lo compre en un momento jodido. Pase muy mal. Así que léelo que va a estar bueno. ¿a vos te está pasando algo malo?
- No. Nada malo. Solo quiero leerlo porque nunca había escuchado hablar así de cosas que nos pasan habitualmente. Solo por eso. Creo…

Luego de esta charla pensé:

- Este libro es para mí. ¿Cómo no lo voy a leer?

Lo leí una vez entero. Me pareció fascinante que alguien haya logrado descubrir una forma de vivir sin tantas complicaciones.
Louise dice en su libro que muchas de las negatividades que usamos para vivir la vida son adquiridas en la familia, en la iglesia, en la escuela y en general la sociedad transmite formas de pensamiento que para esta autora están mal enseñadas. ¿Cómo es esto? Es sencillo. Ahora verán. Yo aprendí lo que en mi casa se me enseñó. Mis padres (o los integrantes de la familia que me criaron) me enseñaron lo que mejor aprendieron de sus padres a su vez. Y nosotros enseñamos de la misma manera a nuestros hijos.
Entiéndase bien: Louise dice que nadie quiere hacer daño a nadie, sino que como se aprendió mal se sigue enseñando mal porque creemos que es lo mejor que aprendimos. Nuestros padres quisieron lo mejor para nosotros y nosotros lo mejor para nuestros hijos. Es una cadena de victimas dice Louise Hay.
Yo creo que es así. Además cuando uno comienza a pensar que esto es así, se puede apreciar con claridad que el mismo sistema cultural y político reproduce las mismas conductas erróneas en la mayoría de la población. El sistema educativo también es generadora de conductas erróneas, formas de pensar negativamente entre otras cosas. Los agentes socializadores son en Primer lugar la familia: que porque sus integrantes aprendieron mal muchas cosas de sus antecesores que también están formados por el mismo sistema. La Iglesia en Segundo lugar, porque la Iglesia esta compuesta por personas que forma ese mismo sistema político, cultural y educativo. Y la Escuela en Tercer lugar (O Segundo) porque lo planes educativos están generados por personas que fueron socializados y educados bajo las mismas circunstancias. Por eso, como la mayoría aceptamos lo que se nos enseña en la familia, en la escuela y en la iglesia sin ningún tipo de discusiones. Tampoco tenemos la habilidad los ciudadanos de proponer una filosofía distinta de vida a las que nos inculcan.
Louise Hay dice que los seres humanos somos capaces de contraer enfermedades por alguna bronca, odio o resentimientos guardado dentro de nosotros y que después de algún tiempo eclosionaban a través de una enfermedad: VIH, cáncer, diabetes, asma, artrosis, etc.
Algunas de las noches que pasaba en el Hospital cuidando a mi tío me dormitaba pensando que bueno sería hablarle de estas cosas y que las comprendiera. Yo pensaba que las dolencias de él se deberían quizás a que le faltaba conocer algo de esto. A veces pensaba hablarle de esto y lo intenté algún par de veces pero al comenzar la charla mis intentos terminaban por debajo del piso. Yo sólo quería que el encuentre algún instrumento para salir adelante con respecto a su enfermedad. Pero en todos los intentos encontré estructuras de pensamiento cerradas firmemente.
Louise Hay en su libro “Usted Puede sanar su vida”, en el capitulo 15, La Lista, enumera una serie de enfermedades y tiene dos columnas. En la Primera, establece el modelo mental que la persona tiene y que es lo que le provoca una enfermedad. En la Segunda columna, describe el nuevo modelo mental que se debe tener para curarse de la enfermedad registrada.
En la Página 196 se encuentra Parkinson, enfermedad de. La primera columna dice que la persona que tiene esa enfermedad tiene “miedo e intenso deseo de controlarlo todo y a todos”. La segunda columna dice que el nuevo modelo mental debe ser: “Me relajo en la seguridad de que no hay peligro. La vida me pertenece, y confío en su proceso”. Yo, con mi tío ni siquiera pude arrancar con la explicación de los miedos de la primera columna porque siempre se taraba. Entonces confirmándole una y otra vez de que tenía razón me alejaba del tema y continuaba escuchando sus ejemplos de vida. De continuar con mi intento por ayudarlo a que encuentre una luz dentro de él para salir adelante corría el riesgo que termine muy enfadado o insultándome. Un desperdicio.

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